La mayor innovación en la historia de la humanidad no fueron ni las herramientas de piedra ni las espadas de hierro, sino la invención de la expresión simbólica por parte de los primeros artistas.
Por Chip Walter, enero de 2015
Unos científicos toman muestras del techo policromado de la cueva de Altamira, decorado con animales pintados hace entre 19.000 y 15.000 años. Los símbolos abstractos del techo suman al menos otros 20.000 años de antigüedad – Foto: Stephen Alvarez. Fuentes: Museo de Altamira, Ministerio de Educación, Cultura y Deporte
Es como si nos adentrásemos en la garganta de un animal gigantesco. La pasarela de metal por la que avanzamos es como una lengua que asciende suavemente y se interna en la oscuridad. El techo desciende, y en algunos puntos las paredes de la cueva se juntan hasta rozarme los hombros. Después, los flancos de roca caliza se separan y entramos en el vientre de una amplia cámara. En ella aguardan los leones de las cavernas.
Y los rinocerontes lanudos, mamuts y bisontes, una colección de fieras antediluvianas que corren en estampida, luchan, acechan en silencio sepulcral. Fuera de la cueva, donde ha quedado el mundo real, ya no existen. Pero este no es el mundo real. Aquí los animales siguen vivos en las sombras y hendiduras de los muros.